lunes, 1 de diciembre de 2014

Ultimo tren a Haedo

Ultimo Tren a Haedo. (novela)



Me evité por años poner algo de prosa aquí. Auto censura, defensa del lector, porquería...

Hace AÑOS trabajo sobre este texto, y no concibo que sea sólo un texto mío. Así que van los primeros cuatro capítulos de "Ultimo tren a Haedo". Sepan disculpar...







1


Una atmósfera de nerviosismo, como ese que ataca cuando uno va a dar un examen o tiene una entrevista laboral, le llenaba el espíritu mientras se cambiaba. La quinta de verde parque, césped prolijamente cortado y un cielo tan azul que parecía una postal soñada desde la ventana del cuarto. Su padre lo asistió con el nudo de la corbata mientras le daba concejos sobre lo que vendría. Sabía su padre lo que la quiso él su hijo menor Raúl, y lo serenaba diciéndole que lo más importante de una pareja ya lo tenían: el amor. Padre e hijo se fundieron en un abrazo y el hombre mayor lo palmeó en la espalda para decirle que en 10 minutos comenzaba la ceremonia. Se estaba casando con ella, con Carina. La había conocido en el viaje de egresados en 1995 y después de un tiempo de cortejarla consiguió su amor. Era 1997 y ya habían tenido un noviazgo lo suficientemente largo y armonioso que los llevó a reservar fecha en el Registro Civil y dos días después casarse en una quinta preciosa del sur del Gran Buenos Aires. Ella entró del brazo de su padre, visiblemente emocionado y la entregó a Raúl. El la tomó de la mano y juntos quedaron frente al sacerdote. Un centenar de invitados se repartían a ambos lados de la alfombra por donde la novia se acercó al altar. El veterano cura comenzó la ceremonia y la madre de Raúl no podía ocultar su llanto. El hermano mayor un poco más atrás sonreía cómplice meneando la cabeza junto a su mujer y su pequeña hija, como diciendo “tuviste que casarte, tonto”. La novia parecía brillar en contraste a la muralla de cipreses que bordeaba el amplio parque. Cuando dieron el sí y se colocaron los anillos, una lluvia de arroz se abatió en el camino de salida del altar e incontables saludos se sucedieron hasta que salieron al parque.
Una gran mesa se aprestaba a recibir a los novios y a los invitados. Un lunch cuidadísimo, mantelería blanca, buen vino y un musicalizador de lujo para la fiesta que durará hasta entrada la madrugada, para entonces los novios se retirarían a descansar para 2 días más tarde volar a Punta Cana para disfrutar la luna de miel, esa que soñaron. Luego vendrán los hijos esos que soñaron juntos en tiempos de apasionado noviazgo.

Todo tan claro y tan feliz que parece que fuera real. Carina no pasó de ser un amor no correspondido para Raúl. Es 2003 y sobre la sábanas vomitadas con tinto y restos de comida se despierta aturdido por la resaca, esa única compañera que lo sigue desde que su adicción al alcohol es parte de su vida. Mientras tira las sabanas sucias en un piletón del baño/lavadero junto a la casilla de chapa y machimbre que alquila por unos pesos, se baña con un tacho que había sido de pintura y ahora oficia de balde para juntar agua. Mientras cuelga la ropa lavada en la soga hecha con un viejo cable telefónico, recuerda el sueño y mientras escupe en una rejilla se promete como cada día “No tomo más”.
No sabe nada de Carina desde aquella tarde del mismo 1995 en la que la chica le dijo que no por cuarta vez y le pidió que no la vuelva a ver. Ni siquiera como amigos, según sus textuales palabras.
Tal vez nunca se haya recuperado de esa negativa aunque ha tenido otros amores, no tan sagrados y fuertes como aquel pero relaciones al fin. Ahora está sólo, otra vez. Es sábado y por la tarde de 14 a 22 irá a un hipermercado de Villa Pueyrredón a trabajar de repositor. Enjuaga por quinta vez su boca áspera y amarga por los efluvios estomacales y mira el reloj, un viejo reloj de pared que alguna vez compró para su hogar, cuando aún vivía con su madre.
Son las 12 del mediodía y llegará tarde de nuevo. Tal vez a las tres. Pero en el mercado le bancan esa falta: Suele quedarse hasta la 1 de la madrugada reponiendo. Luego se va con un vino o dos en el bolso, que compró antes que el mercado cierre. Casi un ritual diario. Ese sábado seguramente cumplirá esa rutina. A la una, cuando salga subirá al 140, bajará en Viamonte y Alem, y en la recova atestada de bolsas y cirujas dará largos besos a su botella, la que abrió mientras esperaba en Albarellos y Constituyentes. Como es un hombre prevenido en su mochila lleva siempre un sacacorchos, no sea cosa que tenga que comprar uno ad hoc en el mercado junto con las botellas. La otra lo acompañará a su pieza, cuando cansado y aturdido por el alcohol arme la cama como pueda con las sabanas ya secas que vomitó anoche y tal vez vomite mañana. Porque es un alcohólico. No conoce otra forma de vida.


Carina despierta y da un largo bostezo. Se acoda en la cama y mira el celular que la despertó. Es diciembre de 2011, un año increíble en su vida. Deja a su pequeño hijo en la casa de su madre en Lanús Este y se toma el 295 para ir al sanatorio donde es administrativa en Avellaneda. Es viernes, piensa, tal vez haya una fiesta con las chicas de diagnóstico y las de internación. El paisaje es siempre el mismo: los barrios tétricos del sur del GBA y – en especial- los que bordean Madariaga, son todos iguales, van de feos a muy feos. Carina se vuelca a su celular para evitar ese paisaje horrendo y busca en las aplicaciones una que no utilizaba aun: Facebook.

Raúl baja del tren con su bicicleta en San Justo. Inicia su jornada laboral cuyo derrotero lo llevará a recorrer una veintena de supermercados para tomarles el pedido y reponer productos del supermercado Mayorista de alimentos para la cual trabaja desde hace 5 años. Mientras guía su bicicleta por Villegas hacia la Plaza del Cañón piensa que esa tarde pasará por el Bar de Tito en Haedo y luego enfilará hacia Temperley donde dejará su bicicleta en la guardería para continuar tomando hasta las 10 de la noche cuando tomará el colectivo 278 para bajarse en Barrio San José y si encuentra el kiosco de Emilio abierto y si aún puede mantenerse en pie, pedirá algún otro elixir. Ya dejó ese triángulo que forman Villegas y Mosconi y se apresta a doblar en San Martín. El semáforo forma una larga fila de autos y dobla una cuadra antes pero un camión de Coca Cola lo obliga a circular sobre la cuneta y el verdín hace patinar la bicicleta y su cabeza golpea contra el cordón. - Andá a la ART, negro. Yo aviso que te repitan un pedido viejo así los clientes no se quedan sin productos el sábado – lo tranquilizó la voz de su jefe al otro lado del teléfono. Con un chichón groso y bastante doloroso, pero consciente por fortuna, inició el camino inverso con la alegría de saber que a la salida de la ART pegaría un par de botellas de tinto en el chino de Pasco o tal vez vaya para el bar ese de Quilmes donde sirven birra bien fría. La ART lo deriva al Sanatorio Ameghino, en Avellaneda.
No lo notó al instante. Fue cuando el tipo le entregó el bastante desastrado DNI libreta con portadocumento gris cuadriculado y vio su foto. La de los 16. – Sos vos Raúl! – Sí, vos debes ser Carina – fingió recordarla vagamente. Supo que era ella ni bien abrió la puerta del Sanatorio y la vio atendiendo el teléfono, hermosa, radiante como aquella mañana. –Tanto tiempo! ¿Qué fue de tu vida? – Me caí de la bici y me hice un chichón en la sabiola. Me dijeron que venga a ver al doctor Franco de Clínica médica para que me de la orden para TAC, que no tengo idea de lo que será… - Es una Tomografía. Sentate que ya te llama.
Pasaron años pero ella sigue hermosa. Él si apenas ha sobrevivido a tanta soledad como pudo y al ardor estomacal diario del circuito café de termo, torta parrillera, choripán barato, vino, stress, más vino, aspirinas y otras porquerías. Ella nunca lo hubiera reconocido de no ser por la foto del documento. Barbado, el pelo rapado en el 1, algo más gordo. – Usted pasa ahora por diagnóstico por imágenes acá a la vuelta y me viene a ver con los resultados – el médico anota un retahíla de letras inteligibles y sella el papelucho. Raúl lo mira como ausente. No era ni la mejor oportunidad, ni la mejor forma de encontrarse con ese pasado lejano y triste. – ¿Se siente bien? – Sí doctor, estaba pensando en esto que me dijo.
Salió con lentitud por el pasillo que conecta los consultorios con la admisión. No podía quitar esa sonrisa de su mente. Hasta se olvidó del chichón y el ardor del raspón que se hizo en el brazo. Iba y volvía desde el 95 al presente sin parar como intentando encontrar una sola cosa que le haga decir que ella ya no estaba igual. Por el contrario, parecía más linda que aquella piba de cabello castaño y formas cautivantes que lo flechó en las postrimerías de la secundaria. – Salís por Ameghino y doblás acá en la esquina. Es al 120 la altura. No te podés perder. Fingió no saber dónde quedaba el tomógrafo; ella se paró y le señaló el camino, cálida y gentilmente mientras él miraba cada centímetro de su cara buscando algo que no le guste. Intentó no mirar el resto de su cuerpo pero eso terminó siendo el acabose. – Gracias – ella habrá pensado que le agradeció la deferencia. Él le estaba agradeciendo existir.
Miró a la empleada de diagnóstico mirar casi con desdén la orden. Tal vez está más buena que su viejo amor, pero no le interesa. Cuenta los minutos para volver a los consultorios y verla de nuevo. Entró a la sala del tomógrafo sonriendo. Me van a encontrar tinto en el cráneo, pensaba.
A la hora estaba de nuevo entrando a los consultorios. Ella lo volvió a saludar amablemente.
-¡Qué bueno verte de nuevo! ¿Cuantos años hace ya que terminamos el colegio?
-18 años. Toda una vida.
-Cuando quieras arreglamos para tomar un café y hablar de lo que nos pasó.
-Puf! Necesitaríamos varios cafés, ja.
Ella rió estentóreamente. Se tuvo que tapar la boca para que no se escuchase en los consultorios. El brillo de sus ojos es adorable. Mágico. Intercambiaron números de teléfono. Él lo hizo casi por decoro ya que intuía que ella jamás lo llamaría.





2


El lunes arrancó con la acidez de siempre. Con la resaca de siempre. Esta vez no hubo vomitada en las sabanas, ni rescates de amigos. Porque si no vomitaba su cama, lo hacía con el auto del amigo que lo rescatase. Es más: ya ni lo querían llevar cuando se empedaba por ahí para evitar desastres. Hubo incluso una agencia de remís que se negaba a llevarlo pese a tener código de cliente. – La puta ART no me va a devolver la confianza de los clientes- se dijo mientras miraba los incontables esemeses y llamadas perdidas en su celular. – Apaguemos los incendios- se dijo, mientras se terminaba  de poner el uniforme de vendedor, tal vez la única conquista en esa vida pedorra. No menos de diez clientes le enviaron mensajes a cerca de la cantidad de yerba que entró ¨Yo no pedir”. Alcanzó a leer en el mensaje de Wang Jian Xiang , el chino de Provincias Unidas y Larrea. El hecho de no “corretear” desde el viernes, habilitó al mayorista a enviarle “pedidos viejos” a los clientes para evitar que se queden sin mercadería. Hay mensajes de Pedro, de Laucha, de Carucha. Esos que en la resaca vespertina dominguera no alcanzó a leer. Se alternan con los de Zeng Benxiong, He Mangwei, algún insulto de Cosciari, de Alvarez, de Bologna…. “Este es mi celu - Caro” – Mierda, esta mina me mandó un mensaje – se sorprendió. Capaz se equivocó- repensó. No podía ser visto trabajando por nadie del mayorista. Eso le cabría la expulsión…
Trabajar bajo seguro médico laboral sería una segura salida a la calle pero no venderle nada a sus clientes tal vez por meses sería peligroso para su bolsillo. –Hola Don Carlos puede cortarle la entrega a un par de clientes porque me están llamando y no están queriendo pagarle a los camiones. Si había un punto débil para el mayorista era el bolsillo de Don Carlos, el dueño. El viejo se puso como loco y dijo que les iba cortar la entrega hasta que se pongan o hasta que le den el alta. Pero ya estaba en viaje a San Justo y aprovechó para visitar a los que estaban más quejosos. Esta sentado en el piso del furgón sobre un clasificado de Popular que le mangueó al viejo de los fierros, ese soldador que hace palitas y atizadores en los ratos libres en el taller de bondis que está por Villegas antes de la rotonda y luego los coloca entre los asiduos pasajeros del furgón en donde se amontonan carritos, bicicletas y pobres. El cafetero se oye desde el coche contiguo pregonando su infusión como letanía. El estómago de Raúl parece arder de emoción (además de la acidez que lo aqueja a diario) al oír que viene el desayuno en camino. Saca de la mochila la torta parrillera que compró de apuro en Santa María de Oro y Cangallo, antes de transpirar subiendo la escalera de la estación de Temperley. Ya cómodo en su diario y con su desayuno en pleno proceso decide contestar uno a uno la montaña de mensajes de texto que inundaron su celular. Incluso erróneamente el de Carina. A los 20 minutos mientras le respondía por cuarta vez a Cosciari que no iba a recibir pedidos hasta nuevo aviso, entró uno nuevo de su viejo amor. “Me parece que te equivocaste, ja”. No es falta de interés, tal vez es defensa propia. Se había jurado olvidarla después de una vez que recibió una carta diciéndole que “No tenemos nada en común, no tenemos ni siquiera una amistad. Adiós”. La carta la recibió en 1997 cuando justo había cortado su relación con Martita, una rubiecita que conoció en un recital de La Renga en La Plata. Linda piba, algo depresiva, pero muy dulce.

Bajar en San Justo era toda una ceremonia: podría decirse que se asemejaba a una lanzamiento en paracaídas, ya que había que sostenerse del pasamanos del portón del viejo furgón correo adaptado a transporte de carros de recicladores urbanos y bicicletas, y una vez frenado lanzarse con bici de un salto. El chichón le duele un poquito, bajo la visera verde del mayorista. El paisaje se le figura algo lúgubre en la bruma matinal una vez que el tren se aleja de San Justo hacia Brian junto a la montaña de pedregullo que se alza en el corralón vecino: se perfila el abarrotado tránsito de Villegas y las cruces del Cementerio de San Justo casi pegadas a la avenida. En el breve instante de bajar del tren, acercarse al paso a nivel, esperar que pase el tren y pensar en el lúgubre paisaje a su celular entraron 3 llamadas perdidas de Casciari, ese cliente tan especial de Villa Insuperable. Se debate entre responderle, tomar el tren a Tablada (queda más cerca de ese negocio) para cagarlo a trompadas por pelotudo, ir hasta allá en bicicleta para explicarle,  o cagarlo a puteadas hasta quedarse afónico. Prende un pucho sosteniendo la bici en un banco de la plaza del cañón mientras cavila lo que va a hacer. Y llega otro mensaje de Carina: “Cuando vengas a control esperame un rato que tomamos un fecha”. Cuando vio a ese colectivo 46 pasando a toda puta por Villegas se preguntó por qué no estuvo enfrente de él para evitar esa situación. Y llegó otra llamada de Casciari, por suerte.
Carina colocaba en su perfil de Facebook su foto. Todo mientras asignaba turnos a los consultorios. Mientras reía con los chistes de algunos contactos, abre el mail de la ART (asunto Sánchez, Raúl- Urgente) y ve que el clínico debe llamarlo cuanto antes. Se preocupa.

- Mirá que sos hincha pelotas tano, eh. Te dije que no vas a recibir mercadería hasta que yo vuelva, querés que te lo deletree?
- Ah, claro: vos enfermo y yo garpando pedidos que no hice, ¿tengo un cartel de pelotudo en la testa, Roul?
No hay forma, todas las bibliotecas de diplomacia quedan inutilizadas ante ese tano tosco.
- Tano, págale al camión y en cuanto me recupere te consigo un veinte de descuento. Y sabés que te lo doy, Tano. Pagále al Pájaro y te doy un veinte en tu próxima compra, dale…
- Mirá Roul, solamente porque posiste la cara, que si no…
Otro mensaje del chino de Larrea  y Provincias Unidas. Y  allá va, acelerando por Quintana esquivando autos estacionados.
- Yo no pedir. Yo no pagar. Si no llevá todo – discutía Chen, el dueño, con el Pájaro abnegado y paciente repartidor del mayorista.
- Ahí vino el vendedor arreglá con él – dice el Pájaro señalando a Raúl, de rostro pálido y transpirado por la bicicleteada.
- Hoy me recibí de bombero, Pájaro. Llámalo a Vargas y decile que le cortamos la entrega a Chen por 2 meses.
- No. Pará. Yo no e que no quiere pagar. Yo no pedí – se apresura Chen en aclarar en su castellano algo limitado.
- Chen, págale esta boleta y te hago un veinte en la próxima compra.

Suerte que lo encontró a El Pájaro y evito que siga repartiendo lo que le faltó del sábado. Vargas, el supervisor no le avisó para dejar a Raúl en evidencia ante Don Carlos: si él de un dedazo podía mandar semejante volumen de mercadería, ¿Por qué el vendedor no lo puede hacer?.
-Vargas dice que entregue igual todo- le dice el Pájaro en la puerta del negocio.
Raúl no lo duda. Llama a Don Carlos para incendiar al pelotudo de su supervisor.
- ¿Cómo? ¿Y está cobrando?
- 12 de 12 hasta ahora. Pero porque estoy en la  zona, Don Carlos.
- Pero no sea inconsciente, hombre. Páseme a Pájaro y váyase a descansar que está con seguro médico. ¡Y voy a hacer de cuenta que no hablé con usted porque si no lo tengo que rajar!
La elección del viejo Carlos como interlocutor no fue casual: si hablaba con Vargas lo suspendería o echaría sin miramientos.
Ya con el asunto solucionado se fue a almorzar en el Onda verde, en Crovara al 300. Julio lo saludo para luego ofrecerle el menú. La mesa de siempre, la del fondo lejos de la mirada inquisidora de los demás comensales, casi todos empleados administrativos de la fábrica de zapatos cercana o de la concesionaria de autos o de por ahí. “¿33?” pregunta antes de retirarse con el menú. Ese número era un clásico, como un código entre el mozo y él: era el 33 Latitud, malbec, el vino que se bajaba a diario con el almuerzo. Mientras deglutía una de las tostadas revisaba los mensajes que no alcanzó a borrar. Estaba el de su madre pidiendo que la vaya a ver el fin de semana (era del viernes), el de Coqui diciendolé que cumplía 3 años de casado y que lo esperaba para el asado (el sábado), el de Franzuá diciéndole que consiguió una punta para pegar merluza (sábado a la madrugada), y el de Carina… “necesito verte. Venite hoy para clínica” y era de las 12 de ese lunes. Fue justo cuando Julio le trajo el lomo a la pimienta. Los gustos hay que dárselos en vida, che.
No volvió al mensaje hasta que el flan mixto desfiló junto al último trago de “33”. Ahí notó el segundo mensaje de Carina, de hecho solo notaba que era de ella por el número: ni siquiera se ocupó de agendarla.
Había algo en el que lo hacía tratar de evitar involucrarse con ella. Desde que no se vieron en los fines de 1995 todo fue degradándose para él.
- Mirá, por más que insistas no somos compatibles, no me jodas más, búscate una que te corresponda. Yo tengo mi corazón en otro lado. Perdoname- recuerda Raúl, lo que hubiera querido que le diga Cari aquella tarde del 28 de diciembre de 1995. Pero no. Fue todo más expeditivo. – No me jodás más, no te quiero- claro y conciso. Armó luego su escudo para enamorarse y pasaron las firmas. Mariela, Sandra, Claudia, Martita, Viviana, Andrea, Valentina y quien sabe cuántas más que no recuerda. Cuando empezó a faltar el levante vino el alcohol. Con el alcohol la salida del circuito. Con la salida del circuito la falta de minas y más alcohol. Y así desde 2003….
- Hola Raúl. Te habla Carina del Sanatorio Ameghino. Trata de comunicarte conmigo urgente. Saludos- Ahí no le gustó nada. Un dejo de urgencia en el tono de voz de la mujer de sus sueños no lo hacía ilusionar más bien lo contrario mientras chequeaba su contestador en Haedo, ya en plena faena con los muchachos del furgón.
Lunes 18:05. Ya la vieja locomotora General Motors G12 se hizo de la cabecera y ronronea en proximidades del paso a nivel. – Dale Brown, subí que se va el remís!- grita Salustio apurando al Tata Brown que viene a las corridas desde el tren eléctrico. El Chile sostiene el cartón de tinto con soda, un recipiente abierto hecho con un “tetra” vacío cuya parte superior fue abierta hacia afuera por el Sabalero cantinero de la estación, mientras Raúl se ata los cordones. Sentado junto a su bicicleta le pide el cartón y se baja medio recipiente. – Decile a Taunus que suba otro tinto con soda que yo le pago- le dice a Chile que esta asomado en la puerta ayudando a los carros de última hora. Taunus apoya dos tintos en el piso del furgón y saluda a los presentes con su clásico buenas y santas….
Salustio no deja de hacer chanzas. Es una máquina de hacer reir y toda esa pálida del día se va disolviendo con el vino y sus chistes. Un paraíso en medio del furgón más decadente y oscuro de  toda la red. Arranca el tren. A la distancia tres carros que deben esperar el siguiente servicio vienen a la carrera mientras el humo negro de la vieja locomotora tiñe el anaranjado alumbrado público del paso a nivel. Al llegar a Brian el tímido rayo de una lámpara de mercurio se hace de los seis empinando las bebidas alcohólicas. Como en una ceremonia secreta en medio de la conversación. Como un brindis personal al grito de “Estación”. Las cajas de tinto en pleno traqueteo de una vía desnivelada y una suspensión antiquísima manchan ropas propias y ajenas. Por eso se bebía al frenar. Protocolo secreto del furgón.
Ya apretados por la treintena de carros de cirujeo siguen conversando de todo un poco a poco de llegar a Mercado Central o la estación D’Elia. Baja Taunus segundos antes de que bolsas de verdura y fruta inunden lo que queda de espacio en furgón. Quedan los 5 cara a cara. Solo Chile y Raúl van hasta la cabecera. Salustio se baja en Juan XXIII, el Tata Brown en el 34, Carli en Olimpo. Ya para Temperley queda una pequeña cantidad de tinto en el fondo del cartón y Chile lo hace volar cuando el tren se sacude en el Empalme, saliendo de la parada Hospital Español. Al bajar corre al andén 4 para enganchar el tren a Glew. Raúl enfila su bicicleta con canasto hacia la guardería. Pasa por el chino y compra dos tres cuartos de Colón, un malbec y un cabernet. La cena será esa caja de hamburguesas baratas que lleva. Si cena. A veces se duerme en la mesa agobiado por el alcohol y el cansancio. A veces alcanza a acostarse. Pero en todos los casos se desploma a las 10 de la noche. “Hay que trabajar para bancar este estilo de vida”, se dirá riendo, mientras despierta resacoso y con acidez al día siguiente. Como si fuera gran cosa.







3

Mañana del martes. Son las once. Sabiendo que tiene ART no puso el taladrante sonido de su alarma. Abre su fiel Nokia 6160 y lo enciende: 3 llamadas perdidas. – ¡Uy, qué mierda pasó con los chinos ahora, la concha de su madre!- se enfurece y golpea el colchón. Pero no. Las tres llamadas eran de ese número que nunca registro: Carina.
Fue largo y tenso el tiempo en que sopesó el hecho de contestarle. Qué ya había sido muy doloroso lo anterior, qué a lo mejor era por algo de la salud, qué mejor ni contestar para no abrigar ilusiones, ¿Ilusiones? ¡Por favor! A esa altura de su vida piensa más en cuando se le va a acabar el carretel que en formar una familia. ¿Familia? Hace 4 años que no ve a sus sobrinos porque su hermana se enojó porque se puso muy borracho en el añito del más chico de los 3 y lo quiso pelear al cuñado, un pelotudo a cuadros, que gracias a esa pelea salió ganando el favor y cariño familiar. Desde entonces vive en ese rancho mitad mampostería de canto y chapa de zinc, mitad machimbre celeste y techo de cartón. “La mansión de San José” le dice, con sorna.
Pensaba en que la vida lo había puesto de nuevo frente a la mujer que más amo en su vida. Al cariño más grande que haya sentido jamás. – Qué vida conchuda- se quejó. Si estaba todo bien. Bah, era una mierda ese laburo, no cogía sin pagar, se vivía empedando pero su corazón estaba quieto. ¿Para qué mierda le tenía que poner la vida a su pretendida adolescente a los 35?. – Debe ser por la ART… Yo la llamo, que mierda va a querer verme por otro motivo, qué pelotudo soy…

- Hola Raúl, mirá, tenés que venir acá a consultorios hoy antes de las 15 que el Doctor Rodríguez te quiere ver. Es urgente.
Respiró aliviado. Las cosas estaban en los carriles normales. Ese minón no quería verlo porque le gustase. – Bueno. Voy entonces. Gracias.

Tomo tres mates y un par de criollitas húmedas y aprovechó para lavar el uniforme. – Tres de la tarde, la concha de la lora. Me cagó el escabio del mediodía- decía mientras enjuagaba el pantalón en un balde de 20 litros que había sido de pintura. Putea mientras levanta la manguera-canilla que se cae por enésima vez al piso y deja de cargar el balde para el nuevo enjuague. Pero inmediatamente se ríe de sí mismo. Se ve tan patético con esa raída remera de Molinos que alguna vez fue su uniforme y esos cortos de Boca que le regalase su hermana en tiempos mejores. Le parece mejor reír, que otra le queda.
El 271 atestado de estudiantes que viajan al Gallardo, a la Técnica 2, al ENSPA… Los mira casi con piedad al verlos reír inocentes. Como si fuera una foto sepia de su propia adolescencia. “Aunque yo era diez veces más pelotudo” piensa.
En la recepción de la Clínica estaba Carina, hermosa como siempre.
- Hola Raúl. Ya te anuncio para que te vea el doctor Rodríguez.
A Raúl le latía el corazón como desde hacía 17 años no lo hacía: desde aquella última vez que la vió. Ella, locuaz y tierna, se puso de pie y le dio un beso en la mejilla izquierda.
- Mire Méndez. Los análisis clínicos son algo sombríos – decía el doctor, mientras Raúl sólo pensaba en las tetas de Carina, en Carina y en todo lo que respecta a ella; el doctor miraba preocupado y serio por encima de sus lentes a Raúl- Necesitaría verlo en 15 días con algún análisis más estricto. Estimo que su golpe craneal es sólo un chiste si estos valores siguen estables.
- ¿Y?¿Qué te dijo?¿Era complicado?
- Nah, Cari. Un análisis de rutina. No te preocupes.
- Se lo veía preocupado el otro día, eh.
-  No. Me tengo que hacer otra extracción el jueves. ¿Querés merendar en un rato?
- Uy! Pero salgo a las siete!
- Te espero, Cari. Hace 17 años que no te veo, no te voy a esperar 2 horas, ja
- Jajajaja, sí, no hay problema.
 Caminó lerdo e himnotizado por Ameghino hasta Sarmiento y por ahí dobló hacia Mitre. El eterno bramar del tránsito se abatía sobre el oído de cualquier transeúnte que intente buscar el acogedor blindex de Pertutti, el gran restaurant de la esquina. Revolvía un whisky mientras imaginaba el escenario mejor: iban a ser las 20 y ella no se presentaría, su noche de alcohol sería provista por el Turco, kiosco ventana de San José.
Pero no. Allí estaba, a poco de terminar el whisky y a milésimas de segundos de pedir otro, la forma femenina más buscada por su existencia, empujando la puerta del bar y yendo directo hacia él.
- Hola Raulo, ¿cómo andás?- el aliento a whisky de su amigo no parece espantarla y le da un beso en la mejilla izquierda. El atina a contestar un exhalado “Bien, Muy bien” como de alivio y cierto pudor por su etílico perfume bucal.
Ella posa su cartera en una silla de junto y la arrima a la mesa. Resuelta, pide un café y un tostado. Raúl la mira, extasiado, viajando en el tiempo. A aquellos tiempos lejanos y felices.
- ¿Qué fue de tu vida, Raúl? ¿Te casaste? ¿Tenés hijos?
Él sonríe levemente. Una mueca de ironía, torcida, se le dibuja en el rostro. Piensa en mentirle. En decirle que fue feliz, que se casó con fastuosa fiesta y tuvo 3 hijos maravillosos que tienen buenas notas en el colegio y su mujer es un amor de ama de casa que cocina y comprende. Pero no, no vale la pena.
- La verdad, que jamás me casé, ni tuve hijos. No pude estar en pareja por más dos meses. Después me fui quedando solo. Después me hice alcohólico. Y me fui quedando cada vez más solo aún. Se me hace que lo que el médico vió en los estudios no era bueno y debe tener algo que ver con el alcohol. Pero háblame de vos. Seguro que tuviste una vida mejor que la mía. Estás espléndida
- Y tampoco me fue fácil. Estoy separada hace 2 años, tengo un hijo que no es de mi ex y lo estoy criando sola, no tuve grandes amoríos. No fui feliz en pareja. En eso creo que estamos a mano. Pero me preocupa tu alcoholismo. ¿Tomás todos los días?
- Si hubiera un día más a la semana también tomaría ese día. Eso sí. Jamás voy a laburar escabiado, eh. ¿Tenés un hijo pero no es con tu ex?
- Una larga historia.
Su mirada parece perderse en la bulliciosa avenida del atardecer envuelto en la vorágine del tránsito.


En 2002 Carina ya llevaba 5 años de noviazgo con un tal Fernando. Un tipo que dice haber conocido en unas vacaciones en Valeria del Mar en el 97. La relación parecía seria y se encaminaba cuanto menos a una convivencia. Ya tenían en vista un departamentito para alquilar en Lomas y estaban comprando muebles.
Ella cursaba el Ciclo General de Ciencias Económicas de la UBA en Avellaneda, la Regional Sur del CBC. El muchacho trabajaba en un reparto de productos frescos en Lanús. Como ella cursaba de noche y trabajaba en una tienda de ropa durante la mañana y parte de la tarde, se veían a la noche, tarde.
Fue una tarde según recuerda en la que no se sintió bien y decidió no concurrir a la UBA. Y ahí se precipitó todo. El tipo se estaba enfiestando con dos minas y otro chabón.
- Te juro que del asco que me dio, no pude tener relaciones por unos meses- le cuenta a Raúl que la mira azorado.
- Mirá vos. Yo tuve una par de festicholas pero estaba tan drogado y borracho que no recuerdo nada…
Ella suelta una carcajada estentórea y prosigue con su historia sentimental.
Repartieron los muebles no sin escándalos varios, padres de ambos ex tortolitos a las piñas, madres de los pelos y pausa indeterminada en la carrera.
Por intermedio de una amiga consiguió laburo en el estudio jurídico de un abogado laboral, en Escalada, por Yrigoyen yendo como para Banfield. Todo iba bien hasta que el abogado le tiró los perros y algo más. Pese a que había pasado casi un año de lo del ex novio, no dudó en rajarse del estudio sin siquiera cobrar la quincena que le debía.
Por fin, una tía que laburaba en una obra social de Capital le hizo la gamba para que ingrese. Y ahí fue aprendiendo el laburo de recepcionista de Sanatorio. Primero en esa obra social y luego en diversos sanatorios de Capital hasta, por fin, recalar en el Ameghino. Para entonces ya había coleccionado una veintena de relaciones con tipos de diversa calaña y de diversa duración. Se juntó en 2009 y se separó en 2010 con tres meses de embarazo. La relación ya no iba y ella se cruzó con un ex de esos veinte y quedó embarazada. –Y eso que me cuidaba, podés creer?.
- Y como se llama tu hijo.
-Manuel.
- ¡Cómo tu viejo!
- ¿Te acordás el nombre de mi viejo? Sí. Pobre. Mi viejo falleció un año antes de que quede embarazada. Yo estaba muy movilizada por todo, y el chabón este se esfumó como por arte de magia, ¿entendés?
Ella toma un vaso de agua como para calmar la emoción que le humedecía los ojos y el alma. Raúl la mira y le pregunta con certeras palabras lo que su interior quería saber.
- Y ahora, ¿Estás en pareja?- ella sonrió mientras enjugaba una lágrima que se escapó de su ojo izquierdo para luego bajar la vista y acomodar la silla, algo incómoda.
- Ahora estoy en pareja con mi nene, Raúl – dice con tono monocorde casi como una exhalación.
Raúl la mira. En el fondo deseaba que le dijese que sí. Que estaba en pareja y que criarían juntos al niño, que se amaban mucho y que compartían una vida por fin plena, que tenían un sexo colosal y diario con múltiples orgasmos y que se estaban por comprar un chalet en un barrio privado. No. Todo da por tierra con su anhelo de que hasta la última esperanza de rehacerse, de renacer de sus cenizas alcohólicas, sea destrozada por la realidad y por fin pueda despedirse de ella y no volver a verla. De salir por la puerta de Pertutti y enfilar hacia la fonda o bodegón más cercano a terminar con lo poco de salud que le quedase.
- Pero a veces me siento muy sola – casi con un hilo de voz, muy emocionada coloca el puño en el que lleva el pañuelo descartable sobre sus fosas nasales como conteniendo un estornudo que nunca llega.
Raúl se siente entre absorto y desorientado. Ya se olvidó del whisky que se tomó y ni siquiera le pegó. De hecho, se olvidó de pedir otro vaso. Se olvidó por un momento de que quería irse a la fonda a darse una esbornia mortal, como las de Haedo. Juntando lo poco de ánimo que le queda en el alma parece querer tomar la iniciativa pero no del todo.
- Hace un rato te pareció raro que yo me acordase del nombre de tu viejo. Es más me acuerdo que tu vieja se llama Beatriz. ¿Está entre nosotros?...
- Sí, por suerte. Está cuidando a Manu.
- Me acuerdo del nombre de tus hermanos, tu dirección de aquella época, tu remera negra con la tapa del disco de Aerosmith… Pero no porque sea un borracho loco o un maniático obsesivo. Me acuerdo de todo lo que tenga que ver con vos porque jamás te olvidé. Nunca podría hacerlo. Perdona que sea sincero…
Ella abandona el pañuelo sobre la mesa y levanta la vista hacia los ojos de Raúl. Esos ojos que el soñaba cada vez que se empedaba hasta la inconciencia y enchastraba con vino sus sábanas. Esos ojos que lo perdieron en el 95.
-Te juro que intenté olvidarte por todos los medios posibles durante todos estos años. Me drogué, me empedé, hice yoga, tomé ansiolíticos, hice terapia… Qué se yo… Nada Carina. Nada. Podría morir y reencarnar 12, 15, 200 veces que jamás te voy a olvidar.
-¿Y por qué no me hablaste de una en la clínica el otro día?- se sorprendió ella, aún en el estupor de las confesiones descarnadas de Raúl.
- Rogaba que no me conocieras. Que aunque sea vos termines de matar la imbécil ilusión que queda en mi corazón, ya que evidentemente, yo jamás dejaría de amarte. Y me conociste. Y me hablaste. ¿Ahora cómo hago para no alimentar esta ilusión?
Ella sonrió nuevamente; le tomó las manos y le dijo:
- No es una ilusión. Es realidad, Raúl.
Inconscientemente se besaron sobre el pocillo y el vaso vacíos y el Mundo pareció desaparecer por un instante para ambos.








4



De un salto despierta antes que suene la alarma que tiene programada en el celular. Mira por la empañada ventana de la casilla y nota el frio de la mañana recién cuando sus pies abandonan esa alfombrita que compró del chino de Pasco hará unos meses con una dosis de botellas de tinto y fernet.”Para despistar un poco” se dijo aquella vez.
Pensó en lo lindo que fue ese sueño y se sintió algo extrañado por no tener la clásica resaca que cada mañana le taladra el cráneo.

Tropieza algo atolondrado por el sueño todavía con cuatro botellas que no recuerda de cuando estaban y corre al baño asolado por un dolor abdominal intenso. Hacía unas semanas que ese tipo de dolor lo aquejaba. A veces de noche, a veces por la mañana, pero aparecía.
Todavía con licencia pero algo aburrido, no puede evitar la rutina. Al fín, es lo único que tiene. Temperley, el desayuno en el furgón de las bicicletas aunque la suya la haya dejado en la guardería. Desconfió de la frescura de esas facturas cuando vió a Palermo roer con dificultad ese vigilante y entonces le pidió una chipá a Leo para acompañar ese café que lo despertaba además de producirle una acidez sobrehumana que incendiaba las entrañas cada mañana. El límpido cielo y los añosos eucaliptos se sucedían por el portón corredizo del coche cuando arrojó el vasito de telgopor antes de que el tren se detuviera en Santa Catalina. Ahí cayó en la cuenta de que, aunque extrañe esa adrenalínica rutina de corredor, volver a su zona podría traerle problemas.
Habían pasado años desde que el joven Raúl, aún con algo de acné en el rostro, se anotó en una agencia de empleos. Primero como reemplazo de vacaciones en el verano del 96. Luego quedó efectivo como repositor interno de una cadena. 6 meses después, harto de los contratos basura del super y por consejo de un repositor externo de un gigante de los comestibles, comenzó su larga carrera de repositor externo en 1997. Para entonces ya se le daba por tomar una cerveza a la madrugada, cuando salía de cumplir con el turno que arrancaba a las 14 y culminaba cuando al encargado de salón del hiper se le antojaba que había quedado todo en condiciones para la apertura del día siguiente. Eran tiempos difíciles: la desocupación tocaba el 20% y no estaba como para hacerse el valiente y reclamar por derechos laborales para terminar de patitas en la calle. Los francos eran los jueves aunque en un golpe de suerte al año logró conseguir que le dieran los lunes. Los domingos jamás.
Mirando el campo recuerda lo triste que fue aquel año en que su padre enfermó y falleció. Fue el comienzo de la triste seguidilla de fracasos y penurias que desembocaría en esa actualidad de soledad y alcoholismo. La pelea con el resto de su familia, la casucha de San José, la rutina. Un día de 2007, diez años después de su primera experiencia como repositor, y ya con el manejo integral del sector de comestibles, es llamado por el gerente de recursos humanos de la empresa. –Necesitamos vendedores tenaces y proactivos- le dijeron. Aceptó de inmediato: mejor sueldo y franco los domingos. Aceptó a pesar de no tener ni las más remota idea de lo que eran las ventas, a excepción de haber recomendado alguna vez algún producto a un cliente del hipermercado, junto a su góndola. Un pequeño avance entre tanto retroceso.
Ayuda a subir a los carritos de cartonear en el kilómetro 34. Innumerables carros y bolsas con verdura en De Elía, la parada del Mercado Central de Buenos Aires. Los primeros días en ese nuevo puesto fueron difíciles pero hoy los recuerda casi con una sonrisa. Aquello era tan nuevo para él, un bicho de hipermercado, que le mandó dos pallets de yerba mate a un almacén que pidió dos packs. Por suerte el camionero del reparto directamente mandó a anular la factura, porque si no lo rajaban. Entonces salía con Martita, prima de un amigo de la secundaria. Fue la que más duró. Dos intensos meses de convivencia en el rancho de San José. El solía recordar aquel desenfreno sexual por Marta como “esa china que se parecía a Cari, pero sólo por sus ojos rasgados”. Cogía bien la mina. Y él se inspiraba pensando en Carina, en aquella piel perfecta, en esas tetas duras, macizas, perfectas. Pero cuando terminaba todo se volvía una maldición. La imaginación deshonesta daba paso a la realidad aviesa. El vino hacía el resto, eso de borrar la imagen y seguir como si nada. Hasta aquella noche pérfida en la que, muy borracho arrancó el coito y, en un ataque de sincericidio, al llegar al climax gritó ese nombre que lo perseguía: “¡Te amo Carina!”. Todo terminó. Ese entuerto acabó con lo poco de recato etílico que le quedaba.
Bajó en Tablada. Sintió esa libertad única del que ha vivido encerrado ocho horas en un hiper sin ventanas a la vida externa y es soltado a la calle para trabajar. Se reencontró con esos aromas de aquel desembarco matancero de antaño: la parrilla humeante de Crovara y la vía, la pizzería de la esquina, el escape del 126… Casi frente al Cementerio, la parrilla del vacío a punto y el guiso de lentejas bien regado que alguna vez fue su única comida diaria, descontando el café con facturas o chipá del furgón. Más arriba, casi llegando a la Avenida General Paz el restaurant “La Onda Verde” donde almorzaba en tiempos mejores, cuando las comisiones no dejaban de crecer y por fín pudo conocer algo parecido al éxito en, al menos, un aspecto de su vida.
Ese “éxito” le otorgó un mejor cobijo a sus huesos en San José. Lo que hoy es su pequeño rancho de ladrillos y chapas fue financiado por esos tiempos de prosperidad. Así, esa casilla decrépita pasó a ser un anexo de la nueva casucha de mampostería. Allí tuvo alguna escaramuza con una vecina ligera de cascos que casi termina con un crimen. Afortunadamente no pasó a mayores porque el marido cayó en cana por pirata del asfalto.
El menú del Restaurant es menos pretencioso que el de antaño, pero aún ofrecen calidad y cantidad en cada plato. Un bife de chorizo con puré mixto y un malbec de Nieto es su elección.

La última conquista había sido Ethel, una cuarentona de pecho generoso y sensualidad a flor de piel. La conoció una noche en la que por hacerle la gamba a Pocho, un viejo amigo de la secundaria que se había separado hacía un mes, recalaron en El Bosque. Muy borracho la sacó a bailar y su instinto depredador más la sequía de meses que llevaba, terminaron con una noche de breve lujuria en el telo contiguo. Como Ethel estaba de trampas, la cosa terminó ahí. Dos semanas después, el accidente, la ART, la Clinica, Carina….
El mozo le ofrece postre. El pide la cuenta, agradeciendo. Verdaderamente el estómago no le acepta más nada excepto el vino.
Camina algo conmovido por ese paisaje de Ciudad Madero hasta Blanco Encalada. Ahí toma el 103 hasta el paso a nivel de estación Madero. Ahí sabe de un almacén que no cierra al mediodía  y pide un Carcassone, el único que había en la heladera. Con carpa lo descorcha caminando por Pedro de Mendoza y el primer sorbo le provoca una arcada pero luego camina bien por la garganta. “El pase de nafta a gas oil” rie, luego, en la plaza de la estacíon Madero. Se hace difícil subir con un tubo en el tren y tomarlo adelante del pasaje que viaja desde Capital. Así que lo que resta de vino lo consume en el viaje desde la combinación ferroviaria que hace entre Castello de la trocha angosta a Catán y De Elía del ramal Haedo – Temperley , y de allí a Haedo, su bar por antonomasia. Alí, de solo verlo bajar del furgón, ya Tito le prepara el tinto.
- Temprano yerbatero, eh?
- Estoy de licencia. No me banco estar en mi casa
Son las 3 y media. Hay dos viejos borrachos que discuten por Riquelme, altisonantemente, vocifernado, de “pechos fríos” y “más ganadores de todo”, tercia un hombre de traje que pide un medio tinto con soda, todo en tetra. Ahora los dos viejos atacan con munición gruesa verbal al recién llegado. Cuando parece que va a estallar la guerra y las trompadas, se hace el milagro. Llega el tren con una ruidosa puesta en escena rumores de carros de ciruja y los contendientes repartiéndose en cada uno de los coches.
Raúl revuelve el tinto con naranja que le sirvió Tito. Piensa en ella. En un día más sin ella. En otro día sin ella. Se baja el tinto mezclado de un saque y pide otro. Y otro con soda. Y otro con pomelo. Y entonces llegan los demás: Taunus. “Para mí tenés que olivar de ahí… Ya no sos un pibe….”
“Y si está tan buena, ¿qué carajos haces acá?” aconcejó Chile, serio. “Invitala a un lugar bacán”.
La propuesta fue tentadora. Pero ¿Dónde?
- Hay un bodegón en Avellaneda…- estira la “a” final, el Chile abrazado a Salustio.



Continúa.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Razones

Por tu voz que empuja
en mi alma tan ilusa
una esperanza difusa
que la realidad estruja.

Por tus ojos negros
que ocultan el cielo
que prometen tus besos
hechos de miel y de sueños.

Por tu pelo tan bello;
por tu andar ligero
-cual hoja al viento-
por tu rostro tan tierno...

Es tan sólo por eso
que te escribo estos versos.
Es el inútil deseo
de un cerebro disperso.

Es la soga fría que ata
a mi cuello y mata
a cualquiera de mis ansias,
a todas mis esperanzas...

Por eso vivo solamente
siguiendo siempre extrañamente
los designios de mi frente
y de tu mirada indiferente.

Revolcado entre mil espinas,
sin corazones de esquina,
sin sueños, sin porfías,
ni ilusiones ínfimas...

Es tan sólo por eso
que te dedico mis versos;
Es porque ya estoy muerto
y ya no tengo sueños.

Ariel Silvermann (2003)

miércoles, 17 de abril de 2013

Tarde

Estabas tan linda
Con aquellas trenzas
Esa remera negra
Y esos ojazos canela

Estabas tan linda
En la tarde aquella
Con tu rosada carpeta
Y tu aliento a menta

Era la tarde mas bella
Era la mejor de ellas
Era la tarde nuestra
Y para siempre queda

Era dorada moneda
El sol de tu sonrisa
Calída, dulce  y tierna
Como brisa de primavera

Era la tarde aquella
Era tu boca fresca
Tus labios de princesa
Tu beso de sirena

Era la tarde aquella
De las que ya no hay muestra
Hoy solo quedan estas letras
Y mi corazón que te recuerda

Ariel Silvermann (2013)

viernes, 25 de marzo de 2011

OTOÑO

Sucederá en otoño
cuando el viento
revuelva feróz
los arboles dorados;

Cuando los plátanos
y los grises álamos
canten soplidos roncos
meciendose en cruijdos;

Cuando tus ojos tiernos
atraigan el oscuro
mirar de mis ojos turbios
y mis latídos agudos;

Cuando tus cabellos
cabalguen el viento
y tus labios tan bellos
florezcan como el ceibo;

Cuando te diga que te amo
que mi corazón ilusionado
por vos está penando;

Sucederá en otoño,
aunque amarte tanto
haya sido en vano.

martes, 21 de septiembre de 2010

ABRAZANDO LA NADA

Abrazando la nada,
extraño la delicada
tibieza de tu cara
en mi hombro apoyada.

Una férrea angustia;
una triste ilusión burda.
Deseos que nunca burlan
la realidad tan dura.

Racimos de olvido
que en lagar exprimidos
hacen el amargo vino
que nubla mi destino.

Pero ya no habrá vacío:
sólo nuestro nido
será refugio tibio
como sol de estío.

Curarás mis días
con suaves caricias
y tu voz de brisa
refrescará mi vida

Y juntas nuestras manos
serán ramas de un árbol
que crecerá en el campo
de los sueños realizados

sábado, 30 de enero de 2010

EL IMITADOR

Aquel que pudiera ver
en tus preciosas pupilas
el destello plateado
de las gotas al llover.

Aquel que pueda descubrir
en tu sonrisa luminosa
la resplandesciente estrella
que alumbra en su cenit.

Quien viera en tus labios
la rosada belleza absoluta
de atardeceres estivales
en horizontes dorados.

Aquel que llegue victorioso
a lo profundo de tu corazón
encontrará allí la armonía
de cielos claros de otoño.

Aquel que te ame tanto
como yo te estoy amando;
aquel que haga todo eso
me estará imitando...

Silvermann/ 2003

sábado, 22 de agosto de 2009

Anecdota

Solo fui una anecdota en tu vida;
tal vez un mal recuerdo, pesadilla...
Solo una silueta oscura y perdida
en el horizonte llano de tus días.

Que mal designio inundó mis horas
para no congraciarse con mi historia;
que poca suerte tuve buscando gloria,
si ya nunca tendré a tu suave boca.

Ya no queda absurda opción,
más que librarse al alcohol;
pero el insulto se eleva veloz
y la porfía se yergue, atróz.

A quien le importa que me hayas querido?
a quien que no lo hayas hecho?
A quién le importa que mi techo
no sea el mejor guarecido?

Y cuando el viento vuele insensible
mis paupérrimas e infames utopías
cuando no haya mas que ilusiones vacías
sabré todo fue un anhelo imposible.

Ariel Silvermann (2009)