Me evité por años poner algo de prosa aquí. Auto censura, defensa del lector, porquería...
Hace AÑOS trabajo sobre este texto, y no concibo que sea sólo un texto mío. Así que van los primeros cuatro capítulos de "Ultimo tren a Haedo". Sepan disculpar...
1
Una atmósfera de nerviosismo, como ese que ataca cuando uno
va a dar un examen o tiene una entrevista laboral, le llenaba el espíritu
mientras se cambiaba. La quinta de verde parque, césped prolijamente cortado y
un cielo tan azul que parecía una postal soñada desde la ventana del cuarto. Su
padre lo asistió con el nudo de la corbata mientras le daba concejos sobre lo
que vendría. Sabía su padre lo que la quiso él su hijo menor Raúl, y lo
serenaba diciéndole que lo más importante de una pareja ya lo tenían: el amor.
Padre e hijo se fundieron en un abrazo y el hombre mayor lo palmeó en la
espalda para decirle que en 10 minutos comenzaba la ceremonia. Se estaba
casando con ella, con Carina. La había conocido en el viaje de egresados en
1995 y después de un tiempo de cortejarla consiguió su amor. Era 1997 y ya
habían tenido un noviazgo lo suficientemente largo y armonioso que los llevó a
reservar fecha en el Registro Civil y dos días después casarse en una quinta
preciosa del sur del Gran Buenos Aires. Ella entró del brazo de su padre,
visiblemente emocionado y la entregó a Raúl. El la tomó de la mano y juntos
quedaron frente al sacerdote. Un centenar de invitados se repartían a ambos
lados de la alfombra por donde la novia se acercó al altar. El veterano cura comenzó
la ceremonia y la madre de Raúl no podía ocultar su llanto. El hermano mayor un
poco más atrás sonreía cómplice meneando la cabeza junto a su mujer y su
pequeña hija, como diciendo “tuviste que casarte, tonto”. La novia parecía
brillar en contraste a la muralla de cipreses que bordeaba el amplio parque.
Cuando dieron el sí y se colocaron los anillos, una lluvia de arroz se abatió
en el camino de salida del altar e incontables saludos se sucedieron hasta que
salieron al parque.
Una gran mesa se aprestaba a recibir a los novios y a los
invitados. Un lunch cuidadísimo, mantelería blanca, buen vino y un
musicalizador de lujo para la fiesta que durará hasta entrada la madrugada,
para entonces los novios se retirarían a descansar para 2 días más tarde volar
a Punta Cana para disfrutar la luna de miel, esa que soñaron. Luego vendrán los
hijos esos que soñaron juntos en tiempos de apasionado noviazgo.
Todo tan claro y tan feliz que parece que fuera real. Carina
no pasó de ser un amor no correspondido para Raúl. Es 2003 y sobre la sábanas
vomitadas con tinto y restos de comida se despierta aturdido por la resaca, esa
única compañera que lo sigue desde que su adicción al alcohol es parte de su
vida. Mientras tira las sabanas sucias en un piletón del baño/lavadero junto a
la casilla de chapa y machimbre que alquila por unos pesos, se baña con un
tacho que había sido de pintura y ahora oficia de balde para juntar agua.
Mientras cuelga la ropa lavada en la soga hecha con un viejo cable telefónico,
recuerda el sueño y mientras escupe en una rejilla se promete como cada día “No
tomo más”.
No sabe nada de Carina desde aquella tarde del mismo 1995 en
la que la chica le dijo que no por cuarta vez y le pidió que no la vuelva a
ver. Ni siquiera como amigos, según sus textuales palabras.
Tal vez nunca se haya recuperado de esa negativa aunque ha
tenido otros amores, no tan sagrados y fuertes como aquel pero relaciones al
fin. Ahora está sólo, otra vez. Es sábado y por la tarde de 14 a 22 irá a un
hipermercado de Villa Pueyrredón a trabajar de repositor. Enjuaga por quinta
vez su boca áspera y amarga por los efluvios estomacales y mira el reloj, un
viejo reloj de pared que alguna vez compró para su hogar, cuando aún vivía con
su madre.
Son las 12 del mediodía y llegará tarde de nuevo. Tal vez a
las tres. Pero en el mercado le bancan esa falta: Suele quedarse hasta la 1 de
la madrugada reponiendo. Luego se va con un vino o dos en el bolso, que compró
antes que el mercado cierre. Casi un ritual diario. Ese sábado seguramente cumplirá
esa rutina. A la una, cuando salga subirá al 140, bajará en Viamonte y Alem, y
en la recova atestada de bolsas y cirujas dará largos besos a su botella, la
que abrió mientras esperaba en Albarellos y Constituyentes. Como es un hombre
prevenido en su mochila lleva siempre un sacacorchos, no sea cosa que tenga que
comprar uno ad hoc en el mercado junto con las botellas. La otra lo acompañará
a su pieza, cuando cansado y aturdido por el alcohol arme la cama como pueda
con las sabanas ya secas que vomitó anoche y tal vez vomite mañana. Porque es
un alcohólico. No conoce otra forma de vida.
Carina despierta y da un largo bostezo. Se acoda en la cama
y mira el celular que la despertó. Es diciembre de 2011, un año increíble en su
vida. Deja a su pequeño hijo en la casa de su madre en Lanús Este y se toma el
295 para ir al sanatorio donde es administrativa en Avellaneda. Es viernes,
piensa, tal vez haya una fiesta con las chicas de diagnóstico y las de internación.
El paisaje es siempre el mismo: los barrios tétricos del sur del GBA y – en
especial- los que bordean Madariaga, son todos iguales, van de feos a muy feos.
Carina se vuelca a su celular para evitar ese paisaje horrendo y busca en las
aplicaciones una que no utilizaba aun: Facebook.
Raúl baja del tren con su bicicleta en San Justo. Inicia su
jornada laboral cuyo derrotero lo llevará a recorrer una veintena de
supermercados para tomarles el pedido y reponer productos del supermercado
Mayorista de alimentos para la cual trabaja desde hace 5 años. Mientras guía su
bicicleta por Villegas hacia la Plaza del Cañón piensa que esa tarde pasará por
el Bar de Tito en Haedo y luego enfilará hacia Temperley donde dejará su
bicicleta en la guardería para continuar tomando hasta las 10 de la noche
cuando tomará el colectivo 278 para bajarse en Barrio San José y si encuentra
el kiosco de Emilio abierto y si aún puede mantenerse en pie, pedirá algún otro
elixir. Ya dejó ese triángulo que forman Villegas y Mosconi y se apresta a
doblar en San Martín. El semáforo forma una larga fila de autos y dobla una
cuadra antes pero un camión de Coca Cola lo obliga a circular sobre la cuneta y
el verdín hace patinar la bicicleta y su cabeza golpea contra el cordón. - Andá
a la ART, negro. Yo aviso que te repitan un pedido viejo así los clientes no se
quedan sin productos el sábado – lo tranquilizó la voz de su jefe al otro lado
del teléfono. Con un chichón groso y bastante doloroso, pero consciente por
fortuna, inició el camino inverso con la alegría de saber que a la salida de la
ART pegaría un par de botellas de tinto en el chino de Pasco o tal vez vaya
para el bar ese de Quilmes donde sirven birra bien fría. La ART lo deriva al
Sanatorio Ameghino, en Avellaneda.
No lo notó al instante. Fue cuando el tipo le entregó el
bastante desastrado DNI libreta con portadocumento gris cuadriculado y vio su
foto. La de los 16. – Sos vos Raúl! – Sí, vos debes ser Carina – fingió
recordarla vagamente. Supo que era ella ni bien abrió la puerta del Sanatorio y
la vio atendiendo el teléfono, hermosa, radiante como aquella mañana. –Tanto
tiempo! ¿Qué fue de tu vida? – Me caí de la bici y me hice un chichón en la
sabiola. Me dijeron que venga a ver al doctor Franco de Clínica médica para que
me de la orden para TAC, que no tengo idea de lo que será… - Es una Tomografía.
Sentate que ya te llama.
Pasaron años pero ella sigue hermosa. Él si apenas ha
sobrevivido a tanta soledad como pudo y al ardor estomacal diario del circuito
café de termo, torta parrillera, choripán barato, vino, stress, más vino,
aspirinas y otras porquerías. Ella nunca lo hubiera reconocido de no ser por la
foto del documento. Barbado, el pelo rapado en el 1, algo más gordo. – Usted
pasa ahora por diagnóstico por imágenes acá a la vuelta y me viene a ver con
los resultados – el médico anota un retahíla de letras inteligibles y sella el
papelucho. Raúl lo mira como ausente. No era ni la mejor oportunidad, ni la
mejor forma de encontrarse con ese pasado lejano y triste. – ¿Se siente bien? –
Sí doctor, estaba pensando en esto que me dijo.
Salió con lentitud por el pasillo que conecta los
consultorios con la admisión. No podía quitar esa sonrisa de su mente. Hasta se
olvidó del chichón y el ardor del raspón que se hizo en el brazo. Iba y volvía
desde el 95 al presente sin parar como intentando encontrar una sola cosa que
le haga decir que ella ya no estaba igual. Por el contrario, parecía más linda
que aquella piba de cabello castaño y formas cautivantes que lo flechó en las
postrimerías de la secundaria. – Salís por Ameghino y doblás acá en la esquina.
Es al 120 la altura. No te podés perder. Fingió no saber dónde quedaba el
tomógrafo; ella se paró y le señaló el camino, cálida y gentilmente mientras él
miraba cada centímetro de su cara buscando algo que no le guste. Intentó no mirar
el resto de su cuerpo pero eso terminó siendo el acabose. – Gracias – ella
habrá pensado que le agradeció la deferencia. Él le estaba agradeciendo
existir.
Miró a la empleada de diagnóstico mirar casi con desdén la
orden. Tal vez está más buena que su viejo amor, pero no le interesa. Cuenta
los minutos para volver a los consultorios y verla de nuevo. Entró a la sala
del tomógrafo sonriendo. Me van a encontrar tinto en el cráneo, pensaba.
A la hora estaba de nuevo entrando a los consultorios. Ella
lo volvió a saludar amablemente.
-¡Qué bueno verte de nuevo! ¿Cuantos años hace ya que
terminamos el colegio?
-18 años. Toda una vida.
-Cuando quieras arreglamos para tomar un café y hablar de lo
que nos pasó.
-Puf! Necesitaríamos varios cafés, ja.
Ella rió estentóreamente. Se tuvo que tapar la boca para que
no se escuchase en los consultorios. El brillo de sus ojos es adorable. Mágico.
Intercambiaron números de teléfono. Él lo hizo casi por decoro ya que intuía
que ella jamás lo llamaría.
2
El lunes arrancó con la acidez de siempre. Con la resaca de
siempre. Esta vez no hubo vomitada en las sabanas, ni rescates de amigos.
Porque si no vomitaba su cama, lo hacía con el auto del amigo que lo rescatase.
Es más: ya ni lo querían llevar cuando se empedaba por ahí para evitar
desastres. Hubo incluso una agencia de remís que se negaba a llevarlo pese a
tener código de cliente. – La puta ART no me va a devolver la confianza de los
clientes- se dijo mientras miraba los incontables esemeses y llamadas perdidas
en su celular. – Apaguemos los incendios- se dijo, mientras se terminaba de poner el uniforme de vendedor, tal vez la
única conquista en esa vida pedorra. No menos de diez clientes le enviaron
mensajes a cerca de la cantidad de yerba que entró ¨Yo no pedir”. Alcanzó a
leer en el mensaje de Wang Jian Xiang , el chino de Provincias Unidas y Larrea.
El hecho de no “corretear” desde el viernes, habilitó al mayorista a enviarle
“pedidos viejos” a los clientes para evitar que se queden sin mercadería. Hay
mensajes de Pedro, de Laucha, de Carucha. Esos que en la resaca vespertina
dominguera no alcanzó a leer. Se alternan con los de Zeng Benxiong, He Mangwei,
algún insulto de Cosciari, de Alvarez, de Bologna…. “Este es mi celu - Caro” –
Mierda, esta mina me mandó un mensaje – se sorprendió. Capaz se equivocó-
repensó. No podía ser visto trabajando por nadie del mayorista. Eso le cabría
la expulsión…
Trabajar bajo seguro médico laboral sería una segura salida
a la calle pero no venderle nada a sus clientes tal vez por meses sería
peligroso para su bolsillo. –Hola Don Carlos puede cortarle la entrega a un par
de clientes porque me están llamando y no están queriendo pagarle a los
camiones. Si había un punto débil para el mayorista era el bolsillo de Don
Carlos, el dueño. El viejo se puso como loco y dijo que les iba cortar la
entrega hasta que se pongan o hasta que le den el alta. Pero ya estaba en viaje
a San Justo y aprovechó para visitar a los que estaban más quejosos. Esta
sentado en el piso del furgón sobre un clasificado de Popular que le mangueó al
viejo de los fierros, ese soldador que hace palitas y atizadores en los ratos
libres en el taller de bondis que está por Villegas antes de la rotonda y luego
los coloca entre los asiduos pasajeros del furgón en donde se amontonan carritos,
bicicletas y pobres. El cafetero se oye desde el coche contiguo pregonando su
infusión como letanía. El estómago de Raúl parece arder de emoción (además de
la acidez que lo aqueja a diario) al oír que viene el desayuno en camino. Saca
de la mochila la torta parrillera que compró de apuro en Santa María de Oro y Cangallo,
antes de transpirar subiendo la escalera de la estación de Temperley. Ya cómodo
en su diario y con su desayuno en pleno proceso decide contestar uno a uno la
montaña de mensajes de texto que inundaron su celular. Incluso erróneamente el
de Carina. A los 20 minutos mientras le respondía por cuarta vez a Cosciari que
no iba a recibir pedidos hasta nuevo aviso, entró uno nuevo de su viejo amor.
“Me parece que te equivocaste, ja”. No es falta de interés, tal vez es defensa
propia. Se había jurado olvidarla después de una vez que recibió una carta
diciéndole que “No tenemos nada en común, no tenemos ni siquiera una amistad.
Adiós”. La carta la recibió en 1997 cuando justo había cortado su relación con
Martita, una rubiecita que conoció en un recital de La Renga en La Plata. Linda
piba, algo depresiva, pero muy dulce.
Bajar en San Justo era toda una ceremonia: podría decirse
que se asemejaba a una lanzamiento en paracaídas, ya que había que sostenerse
del pasamanos del portón del viejo furgón correo adaptado a transporte de
carros de recicladores urbanos y bicicletas, y una vez frenado lanzarse con
bici de un salto. El chichón le duele un poquito, bajo la visera verde del
mayorista. El paisaje se le figura algo lúgubre en la bruma matinal una vez que
el tren se aleja de San Justo hacia Brian junto a la montaña de pedregullo que
se alza en el corralón vecino: se perfila el abarrotado tránsito de Villegas y
las cruces del Cementerio de San Justo casi pegadas a la avenida. En el breve
instante de bajar del tren, acercarse al paso a nivel, esperar que pase el tren
y pensar en el lúgubre paisaje a su celular entraron 3 llamadas perdidas de
Casciari, ese cliente tan especial de Villa Insuperable. Se debate entre
responderle, tomar el tren a Tablada (queda más cerca de ese negocio) para
cagarlo a trompadas por pelotudo, ir hasta allá en bicicleta para explicarle, o cagarlo a puteadas hasta quedarse afónico. Prende
un pucho sosteniendo la bici en un banco de la plaza del cañón mientras cavila
lo que va a hacer. Y llega otro mensaje de Carina: “Cuando vengas a control
esperame un rato que tomamos un fecha”. Cuando vio a ese colectivo 46 pasando a
toda puta por Villegas se preguntó por qué no estuvo enfrente de él para evitar
esa situación. Y llegó otra llamada de Casciari, por suerte.
Carina colocaba en su perfil de Facebook su foto. Todo
mientras asignaba turnos a los consultorios. Mientras reía con los chistes de
algunos contactos, abre el mail de la ART (asunto Sánchez, Raúl- Urgente) y ve
que el clínico debe llamarlo cuanto antes. Se preocupa.
- Mirá que sos hincha pelotas tano, eh. Te dije que no vas a
recibir mercadería hasta que yo vuelva, querés que te lo deletree?
- Ah, claro: vos enfermo y yo garpando pedidos que no hice,
¿tengo un cartel de pelotudo en la testa, Roul?
No hay forma, todas las bibliotecas de diplomacia quedan
inutilizadas ante ese tano tosco.
- Tano, págale al camión y en cuanto me recupere te consigo
un veinte de descuento. Y sabés que te lo doy, Tano. Pagále al Pájaro y te doy
un veinte en tu próxima compra, dale…
- Mirá Roul, solamente porque posiste la cara, que si no…
Otro mensaje del chino de Larrea y Provincias Unidas. Y allá va, acelerando por Quintana esquivando
autos estacionados.
- Yo no pedir. Yo no pagar. Si no llevá todo – discutía
Chen, el dueño, con el Pájaro abnegado y paciente repartidor del mayorista.
- Ahí vino el vendedor arreglá con él – dice el Pájaro
señalando a Raúl, de rostro pálido y transpirado por la bicicleteada.
- Hoy me recibí de bombero, Pájaro. Llámalo a Vargas y
decile que le cortamos la entrega a Chen por 2 meses.
- No. Pará. Yo no e que no quiere pagar. Yo no pedí – se
apresura Chen en aclarar en su castellano algo limitado.
- Chen, págale esta boleta y te hago un veinte en la próxima
compra.
Suerte que lo encontró a El Pájaro y evito que siga
repartiendo lo que le faltó del sábado. Vargas, el supervisor no le avisó para
dejar a Raúl en evidencia ante Don Carlos: si él de un dedazo podía mandar
semejante volumen de mercadería, ¿Por qué el vendedor no lo puede hacer?.
-Vargas dice que entregue igual todo- le dice el Pájaro en
la puerta del negocio.
Raúl no lo duda. Llama a Don Carlos para incendiar al
pelotudo de su supervisor.
- ¿Cómo? ¿Y está cobrando?
- 12 de 12 hasta ahora. Pero porque estoy en la zona, Don Carlos.
- Pero no sea inconsciente, hombre. Páseme a Pájaro y váyase
a descansar que está con seguro médico. ¡Y voy a hacer de cuenta que no hablé
con usted porque si no lo tengo que rajar!
La elección del viejo Carlos como interlocutor no fue
casual: si hablaba con Vargas lo suspendería o echaría sin miramientos.
Ya con el asunto solucionado se fue a almorzar en el Onda
verde, en Crovara al 300. Julio lo saludo para luego ofrecerle el menú. La mesa
de siempre, la del fondo lejos de la mirada inquisidora de los demás
comensales, casi todos empleados administrativos de la fábrica de zapatos
cercana o de la concesionaria de autos o de por ahí. “¿33?” pregunta antes de
retirarse con el menú. Ese número era un clásico, como un código entre el mozo
y él: era el 33 Latitud, malbec, el vino que se bajaba a diario con el
almuerzo. Mientras deglutía una de las tostadas revisaba los mensajes que no
alcanzó a borrar. Estaba el de su madre pidiendo que la vaya a ver el fin de
semana (era del viernes), el de Coqui diciendolé que cumplía 3 años de casado y
que lo esperaba para el asado (el sábado), el de Franzuá diciéndole que
consiguió una punta para pegar merluza (sábado a la madrugada), y el de Carina…
“necesito verte. Venite hoy para clínica” y era de las 12 de ese lunes. Fue
justo cuando Julio le trajo el lomo a la pimienta. Los gustos hay que dárselos
en vida, che.
No volvió al mensaje hasta que el flan mixto desfiló junto
al último trago de “33”. Ahí notó el segundo mensaje de Carina, de hecho solo
notaba que era de ella por el número: ni siquiera se ocupó de agendarla.
Había algo en el que lo hacía tratar de evitar involucrarse
con ella. Desde que no se vieron en los fines de 1995 todo fue degradándose
para él.
- Mirá, por más que insistas no somos compatibles, no me
jodas más, búscate una que te corresponda. Yo tengo mi corazón en otro lado.
Perdoname- recuerda Raúl, lo que hubiera querido que le diga Cari aquella tarde
del 28 de diciembre de 1995. Pero no. Fue todo más expeditivo. – No me jodás
más, no te quiero- claro y conciso. Armó luego su escudo para enamorarse y
pasaron las firmas. Mariela, Sandra, Claudia, Martita, Viviana, Andrea,
Valentina y quien sabe cuántas más que no recuerda. Cuando empezó a faltar el
levante vino el alcohol. Con el alcohol la salida del circuito. Con la salida
del circuito la falta de minas y más alcohol. Y así desde 2003….
- Hola Raúl. Te habla Carina del Sanatorio Ameghino. Trata
de comunicarte conmigo urgente. Saludos- Ahí no le gustó nada. Un dejo de
urgencia en el tono de voz de la mujer de sus sueños no lo hacía ilusionar más
bien lo contrario mientras chequeaba su contestador en Haedo, ya en plena faena
con los muchachos del furgón.
Lunes 18:05. Ya la vieja locomotora General Motors G12 se
hizo de la cabecera y ronronea en proximidades del paso a nivel. – Dale Brown,
subí que se va el remís!- grita Salustio apurando al Tata Brown que viene a las
corridas desde el tren eléctrico. El Chile sostiene el cartón de tinto con
soda, un recipiente abierto hecho con un “tetra” vacío cuya parte superior fue
abierta hacia afuera por el Sabalero cantinero de la estación, mientras Raúl se
ata los cordones. Sentado junto a su bicicleta le pide el cartón y se baja
medio recipiente. – Decile a Taunus que suba otro tinto con soda que yo le
pago- le dice a Chile que esta asomado en la puerta ayudando a los carros de
última hora. Taunus apoya dos tintos en el piso del furgón y saluda a los
presentes con su clásico buenas y santas….
Salustio no deja de hacer chanzas. Es una máquina de hacer
reir y toda esa pálida del día se va disolviendo con el vino y sus chistes. Un
paraíso en medio del furgón más decadente y oscuro de toda la red. Arranca el tren. A la distancia
tres carros que deben esperar el siguiente servicio vienen a la carrera
mientras el humo negro de la vieja locomotora tiñe el anaranjado alumbrado
público del paso a nivel. Al llegar a Brian el tímido rayo de una lámpara de mercurio
se hace de los seis empinando las bebidas alcohólicas. Como en una ceremonia
secreta en medio de la conversación. Como un brindis personal al grito de
“Estación”. Las cajas de tinto en pleno traqueteo de una vía desnivelada y una
suspensión antiquísima manchan ropas propias y ajenas. Por eso se bebía al
frenar. Protocolo secreto del furgón.
Ya apretados por la treintena de carros de cirujeo siguen
conversando de todo un poco a poco de llegar a Mercado Central o la estación
D’Elia. Baja Taunus segundos antes de que bolsas de verdura y fruta inunden lo
que queda de espacio en furgón. Quedan los 5 cara a cara. Solo Chile y Raúl van
hasta la cabecera. Salustio se baja en Juan XXIII, el Tata Brown en el 34,
Carli en Olimpo. Ya para Temperley queda una pequeña cantidad de tinto en el
fondo del cartón y Chile lo hace volar cuando el tren se sacude en el Empalme,
saliendo de la parada Hospital Español. Al bajar corre al andén 4 para
enganchar el tren a Glew. Raúl enfila su bicicleta con canasto hacia la
guardería. Pasa por el chino y compra dos tres cuartos de Colón, un malbec y un
cabernet. La cena será esa caja de hamburguesas baratas que lleva. Si cena. A
veces se duerme en la mesa agobiado por el alcohol y el cansancio. A veces
alcanza a acostarse. Pero en todos los casos se desploma a las 10 de la noche.
“Hay que trabajar para bancar este estilo de vida”, se dirá riendo, mientras
despierta resacoso y con acidez al día siguiente. Como si fuera gran cosa.
3
Mañana del martes. Son las once. Sabiendo que tiene ART no
puso el taladrante sonido de su alarma. Abre su fiel Nokia 6160 y lo enciende:
3 llamadas perdidas. – ¡Uy, qué mierda pasó con los chinos ahora, la concha de
su madre!- se enfurece y golpea el colchón. Pero no. Las tres llamadas eran de
ese número que nunca registro: Carina.
Fue largo y tenso el tiempo en que sopesó el hecho de
contestarle. Qué ya había sido muy doloroso lo anterior, qué a lo mejor era por
algo de la salud, qué mejor ni contestar para no abrigar ilusiones, ¿Ilusiones?
¡Por favor! A esa altura de su vida piensa más en cuando se le va a acabar el
carretel que en formar una familia. ¿Familia? Hace 4 años que no ve a sus
sobrinos porque su hermana se enojó porque se puso muy borracho en el añito del
más chico de los 3 y lo quiso pelear al cuñado, un pelotudo a cuadros, que
gracias a esa pelea salió ganando el favor y cariño familiar. Desde entonces
vive en ese rancho mitad mampostería de canto y chapa de zinc, mitad machimbre
celeste y techo de cartón. “La mansión de San José” le dice, con sorna.
Pensaba en que la vida lo había puesto de nuevo frente a la
mujer que más amo en su vida. Al cariño más grande que haya sentido jamás. –
Qué vida conchuda- se quejó. Si estaba todo bien. Bah, era una mierda ese
laburo, no cogía sin pagar, se vivía empedando pero su corazón estaba quieto. ¿Para
qué mierda le tenía que poner la vida a su pretendida adolescente a los 35?. –
Debe ser por la ART… Yo la llamo, que mierda va a querer verme por otro motivo,
qué pelotudo soy…
- Hola Raúl, mirá, tenés que venir acá a consultorios hoy
antes de las 15 que el Doctor Rodríguez te quiere ver. Es urgente.
Respiró aliviado. Las cosas estaban en los carriles
normales. Ese minón no quería verlo porque le gustase. – Bueno. Voy entonces.
Gracias.
Tomo tres mates y un par de criollitas húmedas y aprovechó
para lavar el uniforme. – Tres de la tarde, la concha de la lora. Me cagó el
escabio del mediodía- decía mientras enjuagaba el pantalón en un balde de 20
litros que había sido de pintura. Putea mientras levanta la manguera-canilla
que se cae por enésima vez al piso y deja de cargar el balde para el nuevo
enjuague. Pero inmediatamente se ríe de sí mismo. Se ve tan patético con esa
raída remera de Molinos que alguna vez fue su uniforme y esos cortos de Boca que
le regalase su hermana en tiempos mejores. Le parece mejor reír, que otra le
queda.
El 271 atestado de estudiantes que viajan al Gallardo, a la
Técnica 2, al ENSPA… Los mira casi con piedad al verlos reír inocentes. Como si
fuera una foto sepia de su propia adolescencia. “Aunque yo era diez veces más
pelotudo” piensa.
En la recepción de la Clínica estaba Carina, hermosa como
siempre.
- Hola Raúl. Ya te anuncio para que te vea el doctor Rodríguez.
A Raúl le latía el corazón como desde hacía 17 años no lo hacía:
desde aquella última vez que la vió. Ella, locuaz y tierna, se puso de pie y le
dio un beso en la mejilla izquierda.
- Mire Méndez. Los análisis clínicos son algo sombríos –
decía el doctor, mientras Raúl sólo pensaba en las tetas de Carina, en Carina y
en todo lo que respecta a ella; el doctor miraba preocupado y serio por encima
de sus lentes a Raúl- Necesitaría verlo en 15 días con algún análisis más
estricto. Estimo que su golpe craneal es sólo un chiste si estos valores siguen
estables.
- ¿Y?¿Qué te dijo?¿Era complicado?
- Nah, Cari. Un análisis de rutina. No te preocupes.
- Se lo veía preocupado el otro día, eh.
- No. Me tengo que
hacer otra extracción el jueves. ¿Querés merendar en un rato?
- Uy! Pero salgo a las siete!
- Te espero, Cari. Hace 17 años que no te veo, no te voy a
esperar 2 horas, ja
- Jajajaja, sí, no hay problema.
Caminó lerdo e
himnotizado por Ameghino hasta Sarmiento y por ahí dobló hacia Mitre. El eterno
bramar del tránsito se abatía sobre el oído de cualquier transeúnte que intente
buscar el acogedor blindex de Pertutti, el gran restaurant de la esquina.
Revolvía un whisky mientras imaginaba el escenario mejor: iban a ser las 20 y
ella no se presentaría, su noche de alcohol sería provista por el Turco, kiosco
ventana de San José.
Pero no. Allí estaba, a poco de terminar el whisky y a
milésimas de segundos de pedir otro, la forma femenina más buscada por su
existencia, empujando la puerta del bar y yendo directo hacia él.
- Hola Raulo, ¿cómo andás?- el aliento a whisky de su amigo
no parece espantarla y le da un beso en la mejilla izquierda. El atina a
contestar un exhalado “Bien, Muy bien” como de alivio y cierto pudor por su
etílico perfume bucal.
Ella posa su cartera en una silla de junto y la arrima a la
mesa. Resuelta, pide un café y un tostado. Raúl la mira, extasiado, viajando en
el tiempo. A aquellos tiempos lejanos y felices.
- ¿Qué fue de tu vida, Raúl? ¿Te
casaste? ¿Tenés hijos?
Él sonríe levemente. Una mueca de
ironía, torcida, se le dibuja en el rostro. Piensa en mentirle. En decirle que
fue feliz, que se casó con fastuosa fiesta y tuvo 3 hijos maravillosos que
tienen buenas notas en el colegio y su mujer es un amor de ama de casa que
cocina y comprende. Pero no, no vale la pena.
- La verdad, que jamás me casé,
ni tuve hijos. No pude estar en pareja por más dos meses. Después me fui
quedando solo. Después me hice alcohólico. Y me fui quedando cada vez más solo
aún. Se me hace que lo que el médico vió en los estudios no era bueno y debe
tener algo que ver con el alcohol. Pero háblame de vos. Seguro que tuviste una
vida mejor que la mía. Estás espléndida
- Y tampoco me fue fácil. Estoy separada hace 2 años, tengo
un hijo que no es de mi ex y lo estoy criando sola, no tuve grandes amoríos. No
fui feliz en pareja. En eso creo que estamos a mano. Pero me preocupa tu
alcoholismo. ¿Tomás todos los días?
- Si hubiera un día más a la semana también tomaría ese día.
Eso sí. Jamás voy a laburar escabiado, eh. ¿Tenés un hijo pero no es con tu ex?
- Una larga historia.
Su mirada parece perderse en la bulliciosa avenida del
atardecer envuelto en la vorágine del tránsito.
En 2002 Carina ya llevaba 5 años de noviazgo con un tal
Fernando. Un tipo que dice haber conocido en unas vacaciones en Valeria del Mar
en el 97. La relación parecía seria y se encaminaba cuanto menos a una
convivencia. Ya tenían en vista un departamentito para alquilar en Lomas y
estaban comprando muebles.
Ella cursaba el Ciclo General de Ciencias Económicas de la
UBA en Avellaneda, la Regional Sur del CBC. El muchacho trabajaba en un reparto
de productos frescos en Lanús. Como ella cursaba de noche y trabajaba en una
tienda de ropa durante la mañana y parte de la tarde, se veían a la noche,
tarde.
Fue una tarde según recuerda en la que no se sintió bien y
decidió no concurrir a la UBA. Y ahí se precipitó todo. El tipo se estaba
enfiestando con dos minas y otro chabón.
- Te juro que del asco que me dio, no pude tener relaciones
por unos meses- le cuenta a Raúl que la mira azorado.
- Mirá vos. Yo tuve una par de festicholas pero estaba tan
drogado y borracho que no recuerdo nada…
Ella suelta una carcajada estentórea y prosigue con su
historia sentimental.
Repartieron los muebles no sin escándalos varios, padres de
ambos ex tortolitos a las piñas, madres de los pelos y pausa indeterminada en
la carrera.
Por intermedio de una amiga consiguió laburo en el estudio
jurídico de un abogado laboral, en Escalada, por Yrigoyen yendo como para
Banfield. Todo iba bien hasta que el abogado le tiró los perros y algo más.
Pese a que había pasado casi un año de lo del ex novio, no dudó en rajarse del
estudio sin siquiera cobrar la quincena que le debía.
Por fin, una tía que laburaba en una obra social de Capital
le hizo la gamba para que ingrese. Y ahí fue aprendiendo el laburo de
recepcionista de Sanatorio. Primero en esa obra social y luego en diversos
sanatorios de Capital hasta, por fin, recalar en el Ameghino. Para entonces ya
había coleccionado una veintena de relaciones con tipos de diversa calaña y de
diversa duración. Se juntó en 2009 y se separó en 2010 con tres meses de
embarazo. La relación ya no iba y ella se cruzó con un ex de esos veinte y
quedó embarazada. –Y eso que me cuidaba, podés creer?.
- Y como se llama tu hijo.
-Manuel.
- ¡Cómo tu viejo!
- ¿Te acordás el nombre de mi viejo? Sí. Pobre. Mi viejo
falleció un año antes de que quede embarazada. Yo estaba muy movilizada por
todo, y el chabón este se esfumó como por arte de magia, ¿entendés?
Ella toma un vaso de agua como para calmar la emoción que le
humedecía los ojos y el alma. Raúl la mira y le pregunta con certeras palabras
lo que su interior quería saber.
- Y ahora, ¿Estás en pareja?- ella sonrió mientras enjugaba
una lágrima que se escapó de su ojo izquierdo para luego bajar la vista y
acomodar la silla, algo incómoda.
- Ahora estoy en pareja con mi nene, Raúl – dice con tono
monocorde casi como una exhalación.
Raúl la mira. En el fondo deseaba que le dijese que sí. Que
estaba en pareja y que criarían juntos al niño, que se amaban mucho y que
compartían una vida por fin plena, que tenían un sexo colosal y diario con
múltiples orgasmos y que se estaban por comprar un chalet en un barrio privado.
No. Todo da por tierra con su anhelo de que hasta la última esperanza de
rehacerse, de renacer de sus cenizas alcohólicas, sea destrozada por la
realidad y por fin pueda despedirse de ella y no volver a verla. De salir por
la puerta de Pertutti y enfilar hacia la fonda o bodegón más cercano a terminar
con lo poco de salud que le quedase.
- Pero a veces me siento muy sola – casi con un hilo de voz,
muy emocionada coloca el puño en el que lleva el pañuelo descartable sobre sus
fosas nasales como conteniendo un estornudo que nunca llega.
Raúl se siente entre absorto y desorientado. Ya se olvidó
del whisky que se tomó y ni siquiera le pegó. De hecho, se olvidó de pedir otro
vaso. Se olvidó por un momento de que quería irse a la fonda a darse una
esbornia mortal, como las de Haedo. Juntando lo poco de ánimo que le queda en
el alma parece querer tomar la iniciativa pero no del todo.
- Hace un rato te pareció raro que yo me acordase del nombre
de tu viejo. Es más me acuerdo que tu vieja se llama Beatriz. ¿Está entre nosotros?...
- Sí, por suerte. Está cuidando a Manu.
- Me acuerdo del nombre de tus hermanos, tu dirección de
aquella época, tu remera negra con la tapa del disco de Aerosmith… Pero no
porque sea un borracho loco o un maniático obsesivo. Me acuerdo de todo lo que
tenga que ver con vos porque jamás te olvidé. Nunca podría hacerlo. Perdona que
sea sincero…
Ella abandona el pañuelo sobre la mesa y levanta la vista
hacia los ojos de Raúl. Esos ojos que el soñaba cada vez que se empedaba hasta
la inconciencia y enchastraba con vino sus sábanas. Esos ojos que lo perdieron
en el 95.
-Te juro que intenté olvidarte por todos los medios posibles
durante todos estos años. Me drogué, me empedé, hice yoga, tomé ansiolíticos,
hice terapia… Qué se yo… Nada Carina. Nada. Podría morir y reencarnar 12, 15,
200 veces que jamás te voy a olvidar.
-¿Y por qué no me hablaste de una en la clínica el otro
día?- se sorprendió ella, aún en el estupor de las confesiones descarnadas de
Raúl.
- Rogaba que no me conocieras. Que aunque sea vos termines
de matar la imbécil ilusión que queda en mi corazón, ya que evidentemente, yo
jamás dejaría de amarte. Y me conociste. Y me hablaste. ¿Ahora cómo hago para
no alimentar esta ilusión?
Ella sonrió nuevamente; le tomó las manos y le dijo:
- No es una ilusión. Es realidad, Raúl.
Inconscientemente se besaron sobre el pocillo y el vaso
vacíos y el Mundo pareció desaparecer por un instante para ambos.
4
De un salto despierta antes que suene la alarma que tiene
programada en el celular. Mira por la empañada ventana de la casilla y nota el
frio de la mañana recién cuando sus pies abandonan esa alfombrita que compró
del chino de Pasco hará unos meses con una dosis de botellas de tinto y
fernet.”Para despistar un poco” se dijo aquella vez.
Pensó en lo lindo que fue ese sueño y se sintió algo
extrañado por no tener la clásica resaca que cada mañana le taladra el cráneo.
Tropieza algo atolondrado por el sueño todavía con cuatro
botellas que no recuerda de cuando estaban y corre al baño asolado por un dolor
abdominal intenso. Hacía unas semanas que ese tipo de dolor lo aquejaba. A
veces de noche, a veces por la mañana, pero aparecía.
Todavía con licencia pero algo aburrido, no puede evitar la
rutina. Al fín, es lo único que tiene. Temperley, el desayuno en el furgón de
las bicicletas aunque la suya la haya dejado en la guardería. Desconfió de la
frescura de esas facturas cuando vió a Palermo roer con dificultad ese
vigilante y entonces le pidió una chipá a Leo para acompañar ese café que lo
despertaba además de producirle una acidez sobrehumana que incendiaba las
entrañas cada mañana. El límpido cielo y los añosos eucaliptos se sucedían por
el portón corredizo del coche cuando arrojó el vasito de telgopor antes de que
el tren se detuviera en Santa Catalina. Ahí cayó en la cuenta de que, aunque
extrañe esa adrenalínica rutina de corredor, volver a su zona podría traerle
problemas.
Habían pasado años desde que el joven Raúl, aún con algo de
acné en el rostro, se anotó en una agencia de empleos. Primero como reemplazo
de vacaciones en el verano del 96. Luego quedó efectivo como repositor interno
de una cadena. 6 meses después, harto de los contratos basura del super y por
consejo de un repositor externo de un gigante de los comestibles, comenzó su
larga carrera de repositor externo en 1997. Para entonces ya se le daba por
tomar una cerveza a la madrugada, cuando salía de cumplir con el turno que
arrancaba a las 14 y culminaba cuando al encargado de salón del hiper se le
antojaba que había quedado todo en condiciones para la apertura del día
siguiente. Eran tiempos difíciles: la desocupación tocaba el 20% y no estaba
como para hacerse el valiente y reclamar por derechos laborales para terminar
de patitas en la calle. Los francos eran los jueves aunque en un golpe de suerte
al año logró conseguir que le dieran los lunes. Los domingos jamás.
Mirando el campo recuerda lo triste que fue aquel año en que
su padre enfermó y falleció. Fue el comienzo de la triste seguidilla de
fracasos y penurias que desembocaría en esa actualidad de soledad y
alcoholismo. La pelea con el resto de su familia, la casucha de San José, la
rutina. Un día de 2007, diez años después de su primera experiencia como
repositor, y ya con el manejo integral del sector de comestibles, es llamado
por el gerente de recursos humanos de la empresa. –Necesitamos vendedores
tenaces y proactivos- le dijeron. Aceptó de inmediato: mejor sueldo y franco
los domingos. Aceptó a pesar de no tener ni las más remota idea de lo que eran
las ventas, a excepción de haber recomendado alguna vez algún producto a un
cliente del hipermercado, junto a su góndola. Un pequeño avance entre tanto
retroceso.
Ayuda a subir a los carritos de cartonear en el kilómetro
34. Innumerables carros y bolsas con verdura en De Elía, la parada del Mercado
Central de Buenos Aires. Los primeros días en ese nuevo puesto fueron difíciles
pero hoy los recuerda casi con una sonrisa. Aquello era tan nuevo para él, un
bicho de hipermercado, que le mandó dos pallets de yerba mate a un almacén que
pidió dos packs. Por suerte el camionero del reparto directamente mandó a
anular la factura, porque si no lo rajaban. Entonces salía con Martita, prima
de un amigo de la secundaria. Fue la que más duró. Dos intensos meses de
convivencia en el rancho de San José. El solía recordar aquel desenfreno sexual
por Marta como “esa china que se parecía a Cari, pero sólo por sus ojos
rasgados”. Cogía bien la mina. Y él se inspiraba pensando en Carina, en aquella
piel perfecta, en esas tetas duras, macizas, perfectas. Pero cuando terminaba
todo se volvía una maldición. La imaginación deshonesta daba paso a la realidad
aviesa. El vino hacía el resto, eso de borrar la imagen y seguir como si nada.
Hasta aquella noche pérfida en la que, muy borracho arrancó el coito y, en un
ataque de sincericidio, al llegar al climax gritó ese nombre que lo perseguía:
“¡Te amo Carina!”. Todo terminó. Ese entuerto acabó con lo poco de recato
etílico que le quedaba.
Bajó en Tablada. Sintió esa libertad única del que ha vivido
encerrado ocho horas en un hiper sin ventanas a la vida externa y es soltado a
la calle para trabajar. Se reencontró con esos aromas de aquel desembarco
matancero de antaño: la parrilla humeante de Crovara y la vía, la pizzería de
la esquina, el escape del 126… Casi frente al Cementerio, la parrilla del vacío
a punto y el guiso de lentejas bien regado que alguna vez fue su única comida
diaria, descontando el café con facturas o chipá del furgón. Más arriba, casi
llegando a la Avenida General Paz el restaurant “La Onda Verde” donde almorzaba
en tiempos mejores, cuando las comisiones no dejaban de crecer y por fín pudo
conocer algo parecido al éxito en, al menos, un aspecto de su vida.
Ese “éxito” le otorgó un mejor cobijo a sus huesos en San
José. Lo que hoy es su pequeño rancho de ladrillos y chapas fue financiado por
esos tiempos de prosperidad. Así, esa casilla decrépita pasó a ser un anexo de
la nueva casucha de mampostería. Allí tuvo alguna escaramuza con una vecina
ligera de cascos que casi termina con un crimen. Afortunadamente no pasó a
mayores porque el marido cayó en cana por pirata del asfalto.
El menú del Restaurant es menos pretencioso que el de
antaño, pero aún ofrecen calidad y cantidad en cada plato. Un bife de chorizo
con puré mixto y un malbec de Nieto es su elección.
La última conquista había sido Ethel, una cuarentona de
pecho generoso y sensualidad a flor de piel. La conoció una noche en la que por
hacerle la gamba a Pocho, un viejo amigo de la secundaria que se había separado
hacía un mes, recalaron en El Bosque. Muy borracho la sacó a bailar y su
instinto depredador más la sequía de meses que llevaba, terminaron con una
noche de breve lujuria en el telo contiguo. Como Ethel estaba de trampas, la
cosa terminó ahí. Dos semanas después, el accidente, la ART, la Clinica,
Carina….
El mozo le ofrece postre. El pide la cuenta, agradeciendo. Verdaderamente
el estómago no le acepta más nada excepto el vino.
Camina algo conmovido por ese paisaje de Ciudad Madero hasta
Blanco Encalada. Ahí toma el 103 hasta el paso a nivel de estación Madero. Ahí
sabe de un almacén que no cierra al mediodía
y pide un Carcassone, el único que había en la heladera. Con carpa lo
descorcha caminando por Pedro de Mendoza y el primer sorbo le provoca una arcada
pero luego camina bien por la garganta. “El pase de nafta a gas oil” rie,
luego, en la plaza de la estacíon Madero. Se hace difícil subir con un tubo en
el tren y tomarlo adelante del pasaje que viaja desde Capital. Así que lo que
resta de vino lo consume en el viaje desde la combinación ferroviaria que hace
entre Castello de la trocha angosta a Catán y De Elía del ramal Haedo –
Temperley , y de allí a Haedo, su bar por antonomasia. Alí, de solo verlo bajar
del furgón, ya Tito le prepara el tinto.
- Temprano yerbatero, eh?
- Estoy de licencia. No me banco estar en mi casa
Son las 3 y media. Hay dos viejos borrachos que discuten por
Riquelme, altisonantemente, vocifernado, de “pechos fríos” y “más ganadores de
todo”, tercia un hombre de traje que pide un medio tinto con soda, todo en
tetra. Ahora los dos viejos atacan con munición gruesa verbal al recién
llegado. Cuando parece que va a estallar la guerra y las trompadas, se hace el
milagro. Llega el tren con una ruidosa puesta en escena rumores de carros de
ciruja y los contendientes repartiéndose en cada uno de los coches.
Raúl revuelve el tinto con naranja que le sirvió Tito.
Piensa en ella. En un día más sin ella. En otro día sin ella. Se baja el tinto
mezclado de un saque y pide otro. Y otro con soda. Y otro con pomelo. Y
entonces llegan los demás: Taunus. “Para mí tenés que olivar de ahí… Ya no sos
un pibe….”
“Y si está tan buena, ¿qué carajos haces acá?” aconcejó
Chile, serio. “Invitala a un lugar bacán”.
La propuesta fue tentadora. Pero ¿Dónde?
- Hay un bodegón en Avellaneda…-
estira la “a” final, el Chile abrazado a Salustio.
Continúa.